jueves, 11 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 15- Dormir en un sofá cama

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
15 –Dormir en un sofá cama
Por fin está la casa en calma, la perrita y la gata han optado por irse a dormir a la habitación con mi madre y abuela ya que nosotros, en el sofá cama, no las dejamos en paz con tantas vueltas, abrazos y susurros. Cuando terminamos con nuestra fiesta particular, Santi se levanta, se ducha y me da dos besos antes de irse hacia el coche. Le veo marcharse con el sabor de su cuerpo aún en mi boca. No tengo sueño, leo las instrucciones para poner en carga la silla eléctrica de Marutxi y la enchufo a la corriente tal y como dice el folleto, me hago una infusión y envuelta en una manta salgo a la terraza para tomarla y disfrutar del mar alborotado y de la luna llena dibujando caminos sobre las olas encrespadas. Todo el barrio está a oscuras y de algunas chimeneas sale humo. El frío ha llegado de golpe. Desde el sofá cama veo las brasas que reducen el último tronco que hay en la chimenea, partido por una boca roja que crepita y estalla en pequeñas chispas de luz.
No hay forma de dormir en este colchón tan fino, noto todos los muelles tatuados en la piel, menos mal que no he hecho dormir aquí a Marutxi porque la tendría que haber levantado con una grúa. Recuerdo que me vendieron el sofá cama como si fuera muy bueno, que vergüenza, ahora entiendo por qué mis amigos solo se quedaron en casa dos días cuando vinieron hace dos veranos a verme. Es imposible dormir aquí, me recuesto en la butaca, enciendo el portátil y navego por las páginas que ofrecen empleo, está a punto de terminarse mi paro y necesito encontrar un trabajo que pague la hipoteca y mis gastos, por lo menos, aunque no sé qué vamos a hacer con Marutxi. No se puede quedar sola y yo no puedo estar mucho tiempo más sin trabajar, como mucho puedo esperar hasta enero. He de hablar con mi madre para ver cómo lo arreglamos. Suena mi móvil, ha entrado un mensaje, Santi ya ha llegado a su casa. Me recuerda que si viviéramos juntos no tendría que hacer tantos kilómetros y dormiríamos más calentitos y mejor. Sí, es una solución pero no me quiero comprometer; no he tenido suerte en mis relaciones y cada vez me fío menos de la gente. Me dice que estoy para que me vea un psiquiatra y yo le mando a dormir, por no mandarle a tomar por saco. Alguien ha apagado la radio en la habitación y se oyen ronquidos acompasados. El viento golpea los cristales y se oyen las olas chocando contra las rocas y el muro del gran hotel. Suenan sirenas y poco a poco voy cayendo en un profundo sueño en el que rememoro las conversaciones de la cena y las risas de Marutxi haciendo carreras con su nueva silla de motor por la calle. Tengo que mirar si se le puede limitar la velocidad porque, siendo como es, un día cogerá carrerilla y no la voy a poder alcanzar. La lavadora ha sonado advirtiéndome de que ya ha terminado el ciclo, salgo a tender la ropa de Marutxi y casi me quedo helada. Este frío, tan de repente, no es normal, como tampoco lo era el excesivo calor que ha hecho durante las últimas semanas.
Me lanzo a sofá cama en busca del calor que dejé allí y me cuesta encontrarlo, la perrita y la gata han venido a mi lado, la chimenea come los últimos trozos de leño y a mí me vence el sueño cuando oigo pasar por la carretera que da a la playa, el primer autobús de la mañana. Deben ser las seis.



P.D. Dedicado a todos los que han pasado una mala noche en una cama incómoda. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Amaya Puente de Muñozguren

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