lunes, 15 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 19 –Paseando con Tito

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
19 –Paseando con Tito
Nos despedimos junto al coche en el que ya está sentada Marutxi, Vicente guarda el andador en el maletero mientras los demás repartimos besos y abrazos. Nacho y María del Fin nos invitan a cenar en su casa para celebrar todo lo bueno y lo malo que ha sucedido hasta la fecha, quedamos en que nos avisaran y mi abuela se auto invita, incluyendo en el lote a Vicente. Ellos se alejan caminando por el paseo hacia la panadería y la farmacia y nosotros volvemos hacia mi apartamento. Me da pena que se termine la tarde. En el coche huele raro; nos miramos unos a otros, menos Marutxi que mira fijamente por la ventanilla.
En la puerta de casa nos despedimos pero Marutxi les invita a un último café, “porque esta nieta mía no tiene nada decente para beber más que café”.
-Abuela, yo tengo que sacar a la perrita de paseo y ya es tarde, además tú tienes que ir al baño.
-Si ellos se quedan iré al baño, si no, no.
-Yo te espero en la terraza viendo el paisaje –dice Vicente.
-Yo te acompaño a pasear a la perrita cuando termines de asear a Marutxi –dice Tito.
No me queda más remedio que aceptar, pongo la cafetera, dejo encargado de su cuidado a Tito mientras le digo en dónde guardo las tazas y el azúcar.
Marutxi está mojada hasta las orejas, en el paquete no le cabe nada más. Hay de todo. Me tengo que controlar para no decirle que por qué no me avisa cuando tiene ganas de hacer algo y así poderla llevar al baño. No quiere ducharse pero le amenazo con echar a Vicente y a Tito si no lo hace y entra en la bañera como si fuera al patíbulo, la siento en el taburete de plástico, saco el andador y pongo un palmo de agua caliente para que no se le enfríen los pies, luego la enjabono, recojo el paquete, lo cierro bien y salgo para dejarlo en el cubo de la basura que hay en la cocina. No he llegado a la puerta cuando la oigo gritar.
-¡Me abandonan!, ¡Me dejan solita!, ¡Socorro!, ¡Auxilio!
Los dos hombres, alarmados, entran en el salón.
-No pasa nada, solo he ido a tirar una cosa a la basura. No le gusta estar sola.
-El café casi está –dice Tito- Lo he hecho descafeinado.
-Perfecto, enseguida salimos.
Entro en la habitación, cojo ropa limpia y entro en el baño en el momento en el que Marutxi intenta salir sola de la bañera y cae sobre mí.
No sé de dónde saco las fuerzas para sujetarla y volverla a sentar en el taburete. Le riño mientras le aclaro el cuerpo y ella se pone a llorar.
-Abuela, por Dios, te podías haber hecho mucho daño. Solo iba a por ropa limpia y a tirar el paquete a la basura. Yo te quiero y te quiero cuidar todo lo que haga falta pero tienes que tener un poco de paciencia.
-Tú lo que quieres es hablar con “mi” Vicente.  
- No digas tonterías, anda, levanta el brazo, ahora el otro. Ven, agárrate al andador, levanta una pierna, así, ahora la otra. Siéntate en el wáter y haz pis si tienes mientras te seco los pies. Te voy a poner otro paquete.
-No. Ya meo, ¿ves?
-Ale, vestida, arreglada y perfumada. ¿En dónde están los pastelitos que has traído? No están en los bolsillos.
-Eran míos y me los he comido.
-Abuela, no puedes tomar tanto azúcar.
-Seguro que te los querías comer tú.
-Si te vuelves a hacer pis te pongo el paquete delante de Vicente. ¿Me oyes?
Enciendo la chimenea y, tras tomar el café, dejamos a Vicente y Marutxi sentados frente al fuego, charlando como dos adolescentes de las canciones que más les gustaban cuando eran niños. Al cerrar la puerta les oímos cantar a coro.
La perrita está feliz de salir a pasear sin correa, nos hemos metido por el bosque que hay junto al paseo y el animalito salta y ladra a nuestro alrededor. Tito me habla de cuando vivía con sus padres, de la enfermedad de su madre y del mal carácter que se le puso a su padre cuando se quedó viudo. Me dice que es el pequeño de seis hermanos y que se lleva casi treinta años con el mayor. Son una gran familia que están dispersos por el mundo: Uno en Helsinki, otro en Méjico, una en Madrid, otra en Valencia, otro en Cádiz, otro cerca de la casa familiar, en el norte, y él, aquí, controlando los negocios que comenzó su padre hace años como un entretenimiento de verano y que son los que mejor funcionan. Empieza a anochecer y Tito me da la mano y ata a la perrita con la correa. Volvemos al apartamento charlando como si nos conociéramos de toda la vida. Mi móvil sigue vibrando de vez en cuando pero no le hago ni caso.
Al llegar a casa encontramos a Marutxi y a Vicente dormidos frente a la chimenea, sentados en el sofá, con las manos enlazadas y las cabezas apoyadas uno en el otro. Les miramos con dulzura y la perrita se encarga de despertarles con sus ladridos.

P.D. Dedicado a todos los que creen en el amor a primera vista. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren.


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