lunes, 15 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 18- Un café con María del fin y su marido

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
18- Un café con María del fin y su marido
Hemos terminado de comer, el aire frío se ha instalado en la terraza y no lo alejan ni las mantas ni las dos estufas de terraza que han puesto sobre nuestras cabezas. Nacho nos ofrece un café y una copa en el interior, en la cafetería que tiene un impresionante mirador sobre la playa y los acantilados lejanos. En vez del mar parece un gran lago. Es un día para no olvidar. La conversación con Tito es fluida y agradable, nada que ver con el soso de mi amigovio al que hay que sacarle las palabras a la fuerza. Marutxi y Vicente ríen y se cuentan historias de otros tiempos, que son de las que más se acuerdan, luego hablan de los artistas de cine y las películas que veían cuando eran jóvenes y más tarde pasan a hablar de sus respectivos difuntos. Unos santos, tanto ella como él; pero la vida sigue y ambos quieren disfrutarla. Tito y yo charlamos de lo difícil que tenemos en este mundo que nos ha tocado vivir, el encontrar trabajo, pareja y tener un futuro que no dure dos días. Tito acaba de romper con su novia de toda la vida, con la que llevaba saliendo  quince años y aún le puede la pena.
-No estaba preparado para casarme y a ella le corría prisa porque deseaba formar una familia. Yo no.
Le hablo de Santi, de lo que le aprecio y de las pocas ganas que tengo de ir a más con él, aunque  Santi lo esté deseando.
-Cuando no es la persona adecuada lo notas, hay algo dentro de ti que te lo dice; aunque duela, -dice Tito.
-Tienes razón, eso mismo me pasa a mí. Santi se empeña en que me vaya a vivir con él y que alquile mi apartamento para que se pague sola la hipoteca y no tenga que aceptar cualquier trabajo. Pero no me apetece.
Alguien me saluda. Es Lisa y María del Fin que vienen con el cochecito de las gemelas, “venimos a tomar café con el padre de las criaturas” dice María del Fin a la vez que nos fundimos en un abrazo. Tito y Vicente se han levantado y saludan a las dos recién llegadas, Lisa y María del Fin reparten besos y se entretienen en hacer cumplidos a Marutxi que las observa encantada, luego las manda sentar “al lado de los jóvenes” porque ella tiene una conversación muy importante que continuar.
Nacho nos agasaja con un preparado especial que sabe a gloria pero del que no somos capaces de adivinar más de tres componentes.
Las pequeñas duermen en el carrito hasta que Marutxi las despierta, cuando lo consigue les hace cuatro carantoñas, pide que se las pongamos en brazos y nos las devuelve a los pocos minutos con la excusa de que huelen mal.
Acompaño a María del Fin al aseo y entre las dos les cambiamos los paquetes; pienso que a Marutxi también le debe hacer falta pero cualquiera la separa de Vicente. Las  pequeñas son iguales, no puedo distinguir a una de la otra hasta que su madre me dice cómo hacerlo. Así y todo no lo veo muy claro. Han crecido mucho, tienen unos cuantos dientes y dicen papá, mamá.
María del fin me comenta que le han ofrecido un trabajo dos tardes a la semana para llevar a un vecino a rehabilitación, dos horas, pero no sabe qué hacer con las niñas, Lisa se ha ofrecido a cuidarle a una, y, ahora que termina la temporada, les va a hacer falta todo el dinero que puedan conseguir. Los niños salen muy caros.
-Si me la traes a casa yo te cuido a la otra; no puedo hacerlo con las dos porque con Marutxi va a ser demasiado. María del Fin sonríe agradecida y quedamos que nos avisará cuando sepa los días y las horas.
-Yo, generalmente, no trabajo por las tardes y me encantaría poderte acompañar para ayudarte en lo que haga falta –dice Tito.
Lisa, Vicente y Marutxi hablan amigablemente a pesar de las indirectas de Marutxi para que Lisa “vaya a controlar a los chicos”. Lisa, nos mira, sonríe y dice que estamos todos muy bien como estamos. Cuando Nacho termina su jornada viene hacia nosotros vestido de calle y con una bandeja de pasteles diminutos que son una delicia. A Marutxi hay que quitarle la bandeja de delante porque es capaz de comérselos todos. Veo como coge dos, los envuelve en una servilleta y se los guarda en el bolsillo de la chaqueta diciendo: “Se los llevo a mi hija”. Todos la creen, menos yo.
Nacho nos relata su intento de suicidio, el verano pasado, allí enfrente, en los acantilados y como, de forma milagrosa, quedó atrapado y mal herido entre las ramas de un seto que estaba junto a una pequeña cueva a la que pudo llegar arrastrándose y con un gran esfuerzo. Varios días después, cuando fueron a sacar el coche del fondo del mar, uno de los operarios se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y de que había un bulto de roca en una pequeña oquedad de la pared, le pareció ver que se movía y fue a ver que era, descubrió a Nacho, más muerto que vivo, y lo pudieron rescatar con la misma grúa y llevarlo al hospital en el que estuvo, luchando entre la vida y la muerte, unas cuantas semanas. Recuerda siempre a su lado, en la UCI, a su mujer y ese embarazo que iba aumentando por momentos a la vez que él se recuperaba.
-Recuerdo que María del Fin me ponía mi mano sobre su vientre y yo notaba como las niñas se movían, eso me hacía tener ganas de despertarme aunque hacia esfuerzos por abrir los ojos y no podía, tampoco podía mover la mano sobre su vientre, hasta que un día pude y luego todo fue más fácil. La oía hablarme todo el tiempo, me decía cómo se iban a llamar las niñas, cuanto pesaban y cuando me ponía crema en los brazos y el cuerpo notaba su vientre sobre mi piel y la voz de las niñas que me decían que me tenía que despertar del todo.



P.D. Dedicado a todos los que en algún momento han creído en los milagros. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren 

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