viernes, 12 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 17- Comiendo en el Mar y Cielo

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
17 –Comiendo en el Mar y Cielo
Cuando salgo del baño, recién pintada y perfumada oigo como se cierra la puerta a la vez que mi abuela dice bien alto: “Hasta luego preciosa. No me esperes a comer, creo que no volveré muy tarde”.
Estoy atónita; me han dejado plantada. Veo por la ventana de la habitación como se aleja el coche y me siento en el sofá con la boca abierta. Suena mi móvil, estoy a punto de no cogerlo pensando en que pueda ser mi amigovio. No tengo ganas de hablar con nadie pero al ver el nombre de Vicente me asusto y contesto enseguida. Espero que no le haya pasado nada a Marutxi que se ha ido con dos perfectos desconocidos que no se ni en dónde viven.
-Jovencita, no me gusta nada que me dejen plantado, mi hijo ha venido a propósito para hacerte la comida más agradable y tú nos das plantón –me suelta a bocajarro, sin dejarme ni darle los buenos días. Eso me cabrea.
-Mira Vicente, eres tú el que me has dejado con un palmo de narices en casa.
-Marutxi me ha dicho que te habías ido.
-Ella es la que se ha ido, yo estaba en el baño arreglándome cuando os habéis marchado.
-Ya me extrañaba, hemos debido entenderla mal. Perdona, ahora mismo damos la vuelta y vamos a recogerte.
Estoy cerrando la puerta cuando llegan a mi altura, los dos hombres bajan del coche mientras Marutxi me mira con cara de pocos amigos desde el asiento delantero del vehículo.
-Dulcinea, este es mi hijo Vicente, los amigos y la familia le llamamos Tito.
-Un placer conocerte.
-Creo que no hemos entendido bien a Marutxi.
-Seguramente.
Nos montamos en el coche y enseguida llegamos al hotel, es el más majestuoso de la zona, el que se ve desde la terraza de mi apartamento, aparcamos junto a la puerta de entrada, en el jardín. Marutxi me mira enfadada y casi me ordena que me vaya a darle conversación a “ese joven”.
Ha bajado mucho la temperatura desde que se desató el temporal hace dos días, queremos comer en la terraza pero tememos que mi abuela se ponga enferma, en cuanto elegimos mesa en el  comedor interior nos hace levantar diciendo que a ella en donde le apetece comer es en la terraza junto al mar. Los camareros nos miran disimulando su contrariedad y trasladan todas las copas hasta la nueva mesa junto a la que ponen una estufa de terraza que nos da una sombra de calor muy agradable; poco después nos traen unas mantas suaves para ponernos sobre las rodillas. Es agradable el lugar y la vista es espectacular, como la que se ve desde mi apartamento pero sin árboles por en medio, ni casas, ni carretera. Mas en primera línea seria estar con los pies a remojo en el mar que tenemos plácido y transparente a pocos pasos.
Pedimos un aperitivo y ojeamos la carta del restaurante, los precios me asustan, con lo que vale un plato aquí puedo comer una semana en casa; me decido por un pescado de la zona. Marutxi pide lo más caro de la carta y por más que insisto en que no le va a gustar y que cambie de plato, más se empeña en decir que es eso lo que le apetece. Vicente pide lo mismo que ella y Tito lo mismo que yo. Tito resulta ser un hombre agradable y divertido con el que acabo riendo y charlando a los pocos minutos. Marutxi y Vicente hacen lo mismo animadas sus mejillas por el color que nos dibuja el sol y el vino.
Cuando vamos a pedir el postre y el café viene el repostero jefe a saludarnos, ¡Es Nacho!, el marido de María del Fin, el que casi se suicida el verano pasado en los acantilados que vemos en frente. Suerte que un árbol y una cueva frenaron su caída. Nos saludamos con cariño y se lo presento a todos. Poco después él mismo trae una bandeja con un surtido de todas sus especialidades. Da pena tocarlas y al hacerlo es casi imposible no repetir. Marutxi está comiendo –y bebiendo- demasiado, pero basta que le diga que le va a sentar mal para que insista en probarlo todo. Vicente y ella hablan y ríen agarrados de la mano y mirándose a los ojos; Tito y yo nos contamos la vida que llevamos, él ha terminado las carreras de derecho y de empresariales y trabaja en una de las empresas de su padre y yo le digo que he terminado mi carrera de psicología y estoy estudiando historia y cuidando a mi abuela hasta que se recupere de la intervención de cadera, ya que no hay nadie en la familia que pueda dejar su trabajo para hacerlo. A Tito le parece dulce y tierna mi abuela, a mí no y nos reímos con sus ocurrencias. No recuerdo haber vivido una sobremesa tan agradable nunca. Me encantan los ojos de Tito y su sonrisa. Santi llama y no le contesto. El mar lame la orilla de la playa que aún está llena de algas, hasta aquí nos llega el olor, intenso y agradable.


P.D. Dedicado a todos los que han disfrutado de una comida especial en un lugar único. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario