jueves, 11 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 14-Cenando con Vicente

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
14 -Cenando con Vicente
La perrita corre alrededor de la silla de ruedas eléctrica de Marutxi, salta y ladra mientras la gata nos mira subida en la tapia del chalet del vecino, junto a una luz que hace que sus ojos brillen fantasmagóricamente. Santi baja del coche, me abraza y besa con tal pasión –en medio de la calle- que hace que los tres que admiran la silla de Marutxi dejen de hacerlo y nos miren con curiosidad y cierta envidia. Con la cara sonrojada le ayudo a sacar dos bolsas del coche y nos vamos hacia el apartamento, seguidos de lejos por todos los demás. Mi abuela ríe, montada en su silla con motor, nos adelanta y da vueltas a nuestro alrededor como un niño en los autos de choque. No puede estar más feliz. Marutxi cambia la silla de ruedas por el andador y se mete en el lavabo seguida de su hija que ya se huele algo raro, mientras tanto Vicente y Santi charlan, fumando en la terraza y disfrutando del mar y la luna llena. El viento cada vez es más fuerte y más frio, tanto que los hombres deciden encender la chimenea, que es el único capricho que tengo en el apartamento. Me encanta verla encendida. Queda poca leña. De reojo veo como mi madre entra y sale en la habitación con ropa, creo que Marutxi se ha vuelto a olvidar de ir al baño a tiempo, las oigo discutir hasta que se hace el silencio después de una contundente frase de mi madre: “Si no me dejas ponerte el paquete no hay cena con Vicente”. Todos lo hemos oído. Las dimensiones del apartamento no dan para intimidades a voces pero hacemos como si no nos hubiésemos enterado de nada cuando ambas salen del baño, limpias, peinadas y perfumadas. Nieves –mi madre- deja la ropa sucia en el lavadero que hay junto a la terraza, dentro de la lavadora, y vuelve a la cocina para lavarse las manos y comentarme lo difícil que es su madre a veces. ¿A veces?
La cena se ha convertido en un picoteo variopinto de delicadezas para el paladar aunque todos se empeñan en alabar mi humilde tortilla, quedamos en hacer un día un concurso de tortillas ya que cada una tiene un punto y un sabor distinto; tanto mi madre como mi abuela presumen de hacer las mejores tortillas de patata de la familia a lo que Santi y Vicente se apuntan para elegir a la mejor cocinera en otra ocasión. El vino nos alegra dando color a nuestras caras; Vicente habla de sus clientes y casos más extraños y nos cuenta historias que nos dejan con la boca abierta, luego pasa a hablar de su velero y de los viajes que ha hecho con él por media Europa mientras Santi y yo nos escondemos en la cocina para comernos a besos y dejamos que a Vicente se lo coman con los ojos Marutxi y Nieves.
Al cabo de un rato, que a nosotros nos parece corto, oímos que preguntan si ya está el café –descafeinado y con sacarina- y mentimos diciendo que casi está mientras nos recolocamos la ropa y el pelo y ponemos a toda prisa la cafetera.
-Creo que he bebido demasiado, me parece que no voy a llegar en condiciones a la parada del autobús –dice Nieves.
-No te preocupes que yo te acompaño cuando llegue  el taxi –dice Vicente.
-De eso nada, hace mucho que no veo a mi querida hija y quiero hablar con ella toda la noche, es mejor que se quede a dormir conmigo –dice Marutxi- La cama es grande y está limpia.
Santi y yo nos miramos y reímos a escondidas, mientras oímos como Vicente llama a la compañía de taxis pidiendo uno. No tarda en llegar, casi ni le da tiempo de repartir besos y abrazos a todas las mujeres de la casa. Cuando se va, le decimos adiós desde la puerta. Santi recoge la mesa, yo pongo la lavadora y mi madre y abuela discuten en el baño. Ambas salen en pijama al salón para darnos las buenas noches. Al minuto se oye roncar a Marutxi y a los pocos segundos se pone en marcha, bajita, la radio que tengo en la mesilla de mi habitación en la que mi madre supongo que intenta dormir.

P.D. Dedicado a todos los que han tenido una cena sorpresa que no ha terminado como ellos deseaban. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Amaya Puente de Muñozguren.  


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