jueves, 28 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 66 -el negocio de la cueva

La playa de Dulcinea
66 -el negocio de la cueva
Marieta está barriendo la cueva mientras la perrita, a la que ha cambiado el nombre y ahora solo le llama Mari, corre por la playa antes de que lleguen los primeros bañistas. Ha puesto en la entrada un trozo grande de césped artificial, que vete a saber de dónde lo ha cogido, cuatro cajas enormes a cada lado, en las que ha dibujado varios animales – un oso, un león, una jirafa, un burro, un perro y un gato-, atados a las cajas hay varios globos que flotan en el aire atados con cintas de colores. Sobre el césped artificial, que ha barrido unas cuantas veces seguidas y luego ha pasado una fregona, vieja y con el palo roto a la mitad, a la que ha cambiado  el agua del cubo varias veces hasta que ha salido el agua casi limpia. Las cajas deben ser de neveras o algo parecido y en su parte alta, de lado a lado de un montón a otro de cajas, hay una tira ancha de papel en la que pone, dibujado con algo que parece carbón: “El zoo, la guardería de la playa”. Sobre el césped artificial  hay una mesa hecha con un palé y ocho ladrillos y unos taburetes que son cajas de cartón rellenas de trozos de cartón. Sobre la mesa hay dos  paquetes de lápices de colores y un paquete de folios, entero y sin abrir. En un lateral está la lista de precios y la capacidad máxima de niños por hora, debajo hay una lista vacía en la que solo aparecen las horas, divididas de cuarto en cuarto y el nombre de dos niñas (Sol y Pequeñaja), escrito entre las diez y las diez y media.  Marieta se peina y se hace una larga trenza, repasa su vestido de flores y se peina las cejas con los dedos.
Paul le acaba de llevar un café a Marieta, mientras yo me tomo otro con Lisa, que me cuenta que está encantada con la idea porque ve la posibilidad de hacer más negocio. Si los niños están controlados, los padres pueden disfrutar de tomar con calma algo más, una tapa o unos vinitos con taquitos de jamón o de queso. Hoy, como día inaugural, cada padre que traiga el recibo de haber dejado a los niños en el zoo de la playa, será invitado a una tapa de jamón y queso. La idea me parece estupenda y Lisa me dice que ha sido todo idea de Marieta.
El ascensor baja con el primer cargamento de sillitas y niños alborotando. Jorge llega a la playa, sale del ascensor y sonríe al ver el local que  ha montado Marieta en la cueva, se las deja, sentadas en el césped y se va a colocar las toallas, la sombrilla y la nevera, luego se da un buen baño, besando una y otra vez la alianza de su difunta esposa, que lleva colgada de una cadena en el cuello, se ducha y va a desayunar con Lisa. Está encantado. Es la primera vez, en un año, que puede tomar un baño tranquilo. Lisa le ofrece, como invitación a estas horas tan tempranas, una ensaimada o un croissant, y él le pide tres, más el suyo, y le pide a Paul que se los lleve al Zoo. Lisa le ha disuadido de mandarle otro café a Marieta, para nervios ya le bastan los que tiene hoy.
La gente mira curiosa el chiringuito que ha montado Marieta en la entrada de la cueva, algunos  anotan el nombre de sus hijos y el tiempo que quieren que se quede. No ha pasado media hora cuando Marieta tiene llena toda la hoja de la mañana. Jorge le da las gracias e intenta llevarse a las niñas, que lloran porque no quieren dejar de dibujar. Cuando intenta pagar a Marieta, el tiempo que han estado sus hijas entretenidas y bien cuidadas, esta le dice que tiene a cuenta unos cuantos días gratis, por ayudarla económicamente para pagar el material.
Mujer, si solo fueron veinte euros –se oye en toda la playa-. Sí, pero han sido, los que necesitaba para tener mi negocio y poder salir un poco adelante. Hasta que alguien me denuncie. –Le oigo decir a Marieta-.
A los niños les encanta la idea de dibujar a la sombra o jugar con los globos, mientras a los padres les parece fantástico poderse dar un baño sin tener que estar pendientes de los pequeños. Alguna madre ha pagado para aparcar a su bebé, durmiendo, en la sillita, a la sombra, mientras ellas se van a comprar el diario o a hacer un recado en la farmacia. La idea parece muy buena. Marieta está feliz y Jorge la mira, sonriendo y agradecido, cuando se lleva a sus hijas a nadar.


Dedicado a todos los que en algún momento han deseado poder tener unos minutos de paz sin tener que estar pendiente de nada ni de nadie. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Si os gusta, compartirlo con los amigos o la familia. Gracias 

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