sábado, 23 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 62 –Una oferta para Paul

La playa de Dulcinea
62 –Una oferta para Paul
Hace un calor sofocante y pegajoso que pone a todo el mundo de mal humor. No se está bien ni en el agua, ni en la sombra, ni en el sol, ni dentro de la nevera. Todos estamos enfadados; los niños lloran y se quejan y los adultos no aguantan lo más mínimo, el único que parece contento es Paul, hoy es el primer día que ha venido, en la moto de Too-lo, (de paquete, como siempre), pero sin muletas y con el pie sin vendar, lleva una zapatilla que no le aprieta y puede dejar de vez en cuando el pie al aire mientras sirve los helados, da el cambio o enseña los collares y pulseras que vende en la otra mesa. Hay una mujer, vestida de blanco, con melena gris y suave bronceado que ya ha venido varios días a comprarle cosas, hoy está de nuevo observando los abalorios que tiene a la venta; los mira, se los prueba, se observa en el espejo que hay sobre la mesa y vuelve a hacer lo mismo con otro modelo, y con otro, y con otro. Paul le explica de donde son las piezas que lleva, algunas llevan plumas de las gaviotas de la playa, otros llevan conchas que en días de tormenta acercan las olas hasta la orilla y otras son curiosidades que encuentra en cualquier cajón, tienda de antigüedades o mercadillos de los que frecuenta habitualmente con Too-lo, antes de ir a trabajar al chiringuito de Lisa.
La mujer del pelo gris, y vestido vaporoso blanco, sigue mirando todas las piezas con detenimiento. Le hace mucha gracia como ha engarzado Paul un alambre, de sujeción del corcho de una botella de champan, para convertirlo en el centro de un collar hecho con cristales pulidos, casi todos de color verde, que ha recogido en la playa y que ha tenido la paciencia de ir agujereando, uno a uno,  con una broca fina. Está asombrada y encantada a la vez. Paul ya no se fija en ella porque hay varios niños que dudan entre elegir un helado u otro. Jorge se acerca y le da un billete pequeño, sonríe y le dice: “Paul, esto es para que coma nuestra amiga”. Paul sonríe y se le humedecen los ojos al recordar sus tristes momentos como habitante de la cueva, ahora le toca a Marieta, pero entre todos le van a hacer la vida más fácil, por lo menos mientras dure el verano.
La señora de blanco se presenta (hoy estoy tan cerca de la nevera de los helados, que no puedo evitar escuchar la conversación). Dice que se llama, Sofía, y que tiene una boutique en la capital y otra en la ciudad cercana, le propone a Paul ser socios y hacerse cargo de la venta de toda su producción. Paul se queda boquiabierto con un helado en la mano, a medio camino entre entregárselo a un niño o tirarlo al suelo, de la emoción. Balbucea al contestar a, Sofía,  que está en deuda con Lisa y que no le parece bien quitar de aquí el  negocio, ya que la dueña del chiringuito se lleva una comisión, en agradecimiento a todo lo que ha hecho por él. Hablan de la forma de hacerlo para que todos estén contentos. Sofía le propone elegir las mejores piezas para las tiendas y dejar las más sencillas para vender en la playa. Parece que han llegado a un acuerdo, los dos sonríen mientras se estrechan las manos, luego Sofía le entrega a Paul una tarjeta con sus teléfonos y le paga los cinco collares que se lleva. Está encantada.
Lisa ha oído toda la conversación desde la puerta en la que, antiguamente, se encerraba la barca y que desde hace veinte años da paso a la barra del bar y a las empinadas escaleras que dan a los lavabos. Paul se acerca y le cuenta todo lo que le ha ofrecido la señora Sofía. Lisa, sonríe, le da una palmada cariñosa en la cara y le dice:“ tú eres capaz de tenernos contentas a las dos, aunque quizás necesites ayuda. Acuérdate de Marieta”. Paul le da dos besos y Lisa, ruborizada, se acerca a una mesa desde la que le llama Nora, la escritora, que ha terminado sus anotaciones del día y quiere comer temprano, antes de que las mesas se llenen de niños que gritan, bebés que lloran y padres, acalorados y con poca paciencia .


Dedicado a todos los que han tenido una buena idea para ayudar a personas desconocidas. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os ha gustado, compartirlo con la familia y amigos. Gracias.   


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