sábado, 23 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 61 – Un viudo que necesita ayuda

La playa de Dulcinea
61 – Un viudo que necesita ayuda
Jorge, Sol y Pequeñaja están intentando salir del ascensor de la playa, no parece una tarea fácil ya que se les está atascando la sombrilla y la sillita de la pequeña en la puerta; Jorge parece estar a punto de llamar a los bomberos para que le auxilien cuando pasa por delante Marieta, con la pequeña Marieta de cuatro patas en brazos, y se apiada de él. Después de unos cuantos tirones de un lado y empujones del otro, consiguen salir del ascensor con su ayuda. Mientras la Marieta canina se va hacia la cueva con un hueso, que le acaba de dar Lisa, en la boca. No quiere que nadie se lo quite.
Marieta habla con Jorge sobre cuál es el mejor lugar para poner la sillita de la pequeña y la sombrilla y decide que, sin duda, el lugar menos caluroso para una niña tan pequeña es en la sombra y cerca de la orilla, justo en la parte cercana a la cueva.
Jorge está sudando y ya no tiene paciencia para contestar las preguntas interminables de su hija mayor, Sol, que despierta una y otra vez a la pequeñita que intenta dormir en la sillita,. Marieta, le pide permiso al padre y se la lleva al agua el tiempo justo para que él se sitúe en la arena, coloque las toallas, sombrilla y nevera y se quite la ropa, y una vez en bañador, acune a la pequeñita hasta que se duerma. Mientras tanto Marieta salta las pequeñas olas de la mano de Sol y cantan una canción infantil que habla de marineros y barcas. Marieta le hace un gesto a Jorge para que se vaya a nadar mientras ella entretiene a la niña y vigila el carrito de la pequeña que duerme plácidamente en la sombra cercana a la cueva, en la que Marieta roe un hueso tumbada sobre la colchoneta rosa.
Yo les observo desde el agua en la que llevo ya tanto tiempo que se me han empezado a arrugar los dedos de las manos. A mi lado pasa Jorge hablando solo, va diciendo que no sabe cómo pagar a esa joven los quince minutos de paz que le ha regalado, me acerco a él y le explico nuestra idea de colaborar con la alimentación del “amigo de la playa”, contándole, por encima, la precaria situación en la que se encuentra, de momento, Marieta. Él se asombra de que una persona que parece tan bien vestida y educada, esté pasando por una situación sumamente precaria y promete pasar por la zona de los helados para dejar en el bote, que custodia Paul, su pequeña aportación para ayudar a Marieta, que ahora juega en la orilla a hacer castillos, con su hija mayor.
Jorge no recuerda cuando fue la última vez que se pudo dar un baño tranquilo, si, debió ser el verano último, cuando su querida esposa aún vivía y la pequeñita acababa de nacer. Al recordarla besa la alianza que lleva colgada del cuello y se le humedecen los ojos, yo hago como que no le veo y salgo hacia la playa sintiendo en los huesos el frío que he cogido por darme un baño tan largo. El sol aprieta y es un placer tumbarme a notar los rayos tostándome la piel. Marieta sonríe al ver lo bien que le queda su gorra a la pequeña, Sol, mientras se le ilumina la cara porque acaba de darse cuenta de cuál va a ser el negocio que va a montar en la playa, hasta que consiga un trabajo mejor. Jorge recoge a la niña, le devuelve la gorra a Marieta y le da las gracias diciéndole que le debe quince minutos de paz que necesitaba con toda su alma. Ella sonríe y sigue dibujando algo en una gran caja de cartón que tiene junto a la entrada de la cueva.


Dedicado a los que tienen ganas de intentar algo nuevo y han tenido  el valor de intentarlo. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados, si te ha gustado, compártelo con los amigos y la familia. Gracias. 

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