martes, 19 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 58 –Don Ramón, el cura

La playa de Dulcinea
58 –Don Ramón, el cura
Por fin ha salido el sol, hemos tenido un pequeño otoño de dos días en medio de un verano caluroso. La temperatura va subiendo poco a poco pero aún se nota el aire fresco y el olor a tierra mojada. No cantan las chicharras ni huele a tierra reseca, de momento. Parece que la vida de la playa se recupera aunque los bañistas no se acercan mucho al agua, prefieren tomar el sol.
Lisa tiene trabajo doble porque la lluvia le ha llenado el chiringuito de púas de pino y ha tenido que barrer las escaleras y las terrazas, ya que con la manguera no bastaba. El chico de las hamacas también ha necesitado que, Too-lo, le ayude a rastrillar y limpiar las algas y restos de la tormenta.
La playa recobra la calma. Hoy quiero tomar el sol, me lo pide la piel, después de las tormentas se aprecia más el sol. El cielo está despejado y se ve la playa en toda su extensión, al igual que las montañas, los acantilados y la gran playa de la bahía que se ve, a lo lejos, como una cinta blanquecina dorada por el sol. Los canarios de Lisa cantan en sus jaulas y mordisquean  los trozos de manzana y lechuga que les pone su dueña poco antes de que lleguen los clientes.
Don Ramón ha llegado casi a la vez que yo, mientras coloco la toalla veo como saluda a todos los del chiringuito y se pone a hablar con Lisa mientras se toman juntos un café. Don Ramón es un cura de los de antes pero joven, lleva sotana y alzacuellos pero baña sus pies en el mar por lo menos una vez a la semana, saluda a los parroquianos conocidos y se presenta a los desconocidos, habla varios idiomas y a todos les invita a ir a su iglesia; siempre,  antes de despedirse, hace entrega de tarjetas con la dirección y los horarios de las misas y explica que tienen servicio gratuito de guardería con jóvenes voluntarias a las que les encantan los niños. Ni por esas consigue llenar la iglesia aunque es cierto que desde que está en el barrio –hace más o menos cinco años- se ha notado un aumento de personas que a veces nos acercamos hasta la iglesia aunque solo sea con la excusa de entregar ropa o algo de comida para que la reparta entre los necesitados del barrio. También ha conseguido hacer un coro de chicos que andaban metidos siempre en líos y que ahora disfrutan de ensayar canciones y, de paso, merendar uno de los estupendos bocadillos que, con sus propias manos prepara don Ramón cada tarde. Todo el barrio le quiere aunque a algunos no le parece bien que deje dormir en el porche de la iglesia a algunos inmigrantes a los que aún no ha podido colocar. Lisa y él hablan y señalan hacia la cueva; cuando paso a su lado y les saludo oigo solo dos frases: “…Una chica que vive en la cueva…” y “¿come de la basura que tirais?..”. En ese momento recuerdo a la chica de la maleta roja y a su perrita. Marieta. Don Ramón se remanga la sotana y se dirige  por la orilla hacia la cueva, le veo alejarse mojándose los pies y saludando a unos y a otros. En la entrada de la cueva se para unos minutos y luego desaparece en su interior durante tanto tiempo que hasta nos olvidamos de que está allí. La playa recupera su rutina de verano aunque el tiempo parece de primavera. Cuando termino de hacer el segundo sudoku veo pasar por la orilla a don Ramón, lleva las manos unidas en la espalda, camina despacio, se va mojando el bajo de la sotana pero parece no darse cuenta. Está preocupado y absorto en sus pensamientos. Se pone los zapatos y, casi sin despedirse de Lisa, abandona el chiringuito por las escaleras. El sol calienta cada vez más y empiezo a pensar que puede ser una buena idea darme un baño. A lo lejos oigo ladrar a un perro pequeño, parece que el sonido viene de la cueva. Debe ser Marieta.


Dedicado a todos los curiosos que están deseando saber quién es y qué le pasa a la chica de la maleta roja que vive en la cueva. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados, si os gusta, compartirlo con los amigos y familia. Gracias.

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