domingo, 17 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 57 –Marieta

La playa de Dulcinea
57 –Marieta

Muy temprano, poco antes de que saliera el sol, ha empezado a llover; parece que el tiempo quiere fastidiar a los turistas que vienen a pasar el puente de agosto. Para mí es un placer ver llover después de tantos días de calor sofocante, la tierra huele de una forma distinta y parece que el paisaje entero se limpia; a mi perrita le gusta caminar bajo la lluvia y llegamos, como siempre, al mirador de la playa. El sol debe estar saliendo en este momento, por el color rojizo que le da a las nubes lejanas, casi no se ven las montañas del fondo, esas que parecen el pecho de una mujer tendida en la orilla, ni los acantilados ni el mar lejano, todo lo cubre la fina lluvia. Hasta las olas del mar parece que hablan en un tono más bajo.
Hacia el mirador viene una mujer joven arrastrando una maleta roja con ruedas; está llorando y un perro pequeño y blanco, que lleva dentro de un bolso, le chupa la mano y gime. Ambos tienen la cabeza mojada y los ojos tristes,  La mujer va hacia el ascensor y lo encuentra cerrado, lee el horario y mira su reloj de pulsera, un reloj que parece caro,  baja por las escaleras arrastrando la maleta hasta la cueva. Luego suelta al perrito que corre por la playa ladrando a las gaviotas y olisqueando las algas. Mi perrita, al verle ha salido corriendo, arrastrando la correa que se me ha soltado de la mano del tirón que no esperaba, juegan juntos, saltan y corren con la energía de su edad. No me queda más remedio que bajar a  recuperarla ya que no hace caso cuando la llamo, ni ofreciéndole darle algo, ni amenazándola. Es un perro jugando con otro perro que se ha olvidado de todo lo demás.
La joven se ha sentado en la colchoneta rosa que dejó Paul y que, extrañamente, aún sigue ahí –la veo de refilón en la entrada de la cueva-, se quita la chaqueta y la cuelga de un saliente de la roca, luego se quita los zapatos y abre la maleta, llena de ropa, rebusca hasta encontrar unas zapatillas deportivas y se las pone mientras sigue llorando. De vez en cuando van los dos animalitos a verla y salen disparados otra vez para jugar en la arena. Solo están ellas en la playa, a mí me quedan tres escalones para llegar. Llamo a mi perra que, me mira y sigue corriendo detrás de la perrita blanca que da saltos en la arena como si fuera de goma. No me hacen ni caso.
Hoy parece que Lisa no va a abrir el chiringuito, los pescadores tampoco han llegado y los veraneantes están asomados a las ventanas maldiciendo la suerte que tienen. Algunos aprovecharan para dormir o para hacer otro tipo de turismo.
Voy a llegar tarde a trabajar por culpa del pequeño saco de pelo que no me obedece, tengo que ir a por ella; la sensación de caminar con zapatos por la arena mojada es rara, parece que me hundo de tacón y que se me quedan los zapatos pegados, me los quito y salgo corriendo detrás de mi perra que, me mira, y sale disparada en dirección contraria, al cabo de unos minutos de perseguirlas y ver como se enfrentan a mí, las dos,  agachadas y ladrando, como si fuera un juego, me rindo y me siento en el escalón bajo el techado del chiringuito con ganas de ponerme a llorar.  Voy a llegar tarde al trabajo, en cuanto coja a esta puñetera perra le voy a dar un azote en el culo. Meto la cara entre las manos y en ese momento siento la cabecita pequeña de mi perrita sobre mi muslo. Ya te tengo, le digo, pero no se me van las ganas de llorar. Como si fuera una persona le voy diciendo, mientras la llevo en brazos subiendo la escalera, lo mala que ha sido y lo poco que me gusta que me haga rabiar. El animalito parece entenderme, gime y chupa mi mano mientras me mira con sus grandes ojos negros y las orejas hacia atrás. No puedo enfadarme con ella.
Cuando llego al mirador, me doy cuenta de que he olvidado por completo a la chica que lloraba en la cueva, le oigo que llama a su perrita que viene detrás de mí. ¡Marieta!, ¡Marieta!, ven…empujo a la pequeña bola de pelo blanco en dirección contraria a la que llevo y doy un zapatazo en el suelo para asustarla. Baja las escaleras a toda velocidad y entra en la cueva como alma que lleva el diablo.


Dedicado a todos los que alguna vez han visto una situación extraña y no han sabido reaccionar. Muchas gracias por leer mis escritos. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con la familia y amigos. Gracias.

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