domingo, 10 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 49 – El pie de Paul

La playa de Dulcinea
49 – El pie de Paul

Karen y Dieter han dado un gran paseo hoy por la playa, tan largo que han llegado a la zona en la que suelo estar yo, mi trozo de playa,- como ellos dicen-. La alegría de volvernos a ver ha sido enorme y, sin presentarles a Lisa, nos hemos sentado en una mesa de su chiringuito para ponernos al día de nuestras vidas y hacer planes de los nuevos viajes que queremos realizar juntos. Tras una cerveza ha venido otra, que nos ha servido, Too-lo, extrañamente serio y taciturno. Tienes los ojos tristes y el abanico apático. Nos hemos puesto a comentar los personajes curiosos que pueblan la playa y, no sé por qué, les he comentado la desaparición de Paul, nuestro mendigo que vive en la cueva y hace collares de piedras, cuentas, algas, plumas y conchas. Karen se ha quedado pensativa un momento, justo en el momento en el Too-lo nos sirve otra ronda, y ha dicho: “Acabamos de ver a un hombre con muletas tirado a la sombra de un montón de hamacas que hay más para allá”. Al camarero se le ha caído de la bandeja la última caña y, con los ojos llorosos nos ha pedido de rodillas y juntando sus manos, que le acompañemos a buscarlo.
Lisa le da permiso y salimos, los cuatro, a la carrera por la playa. Too-lo, llora y ríe mientras mira al cielo y le hace un gesto que parece una oración y un profundo deseo al mismo tiempo. No podemos seguir a este ritmo, reducimos la marcha y, a paso rápido caminamos hasta que Karen, sonrojada y sonriente, nos señala el montón de hamacas hacia el que sale disparado Too-lo, gritando el nombre de Paul con las pocas fuerzas que le quedan. Desde lejos nos grita “¡Si es, sí, es Paul!”.
Paul está tumbado en la arena, vestido solo con un bañador, las cosas de su mochila están esparcidas por la arena y le falta el calzado, está tiritando, sonríe a medias al oírnos decir su nombre y no consigue abrir los ojos. Está rebozado en arena, entre todos le llevamos a la ducha y le dejamos debajo un buen rato mientras Too-lo le sujeta sin pensar que se está mojando el uniforme del chiringuito y nos pide que le traigamos agua y zumo de limón. Paul tiembla y se abraza a Too-lo dándole las gracias y besándole la frente, mientras su amigo solo repite una y otra vez “estás vivo”, “estás vivo”, “estás vivo” sin poder controlar las lágrimas.
No puede apoyar el pie en el suelo, cada vez que lo intenta gime y una mueca de dolor le cruza la cara. Decidimos que tiene que ir al hospital y Too-lo se ofrece a llevarle. Para un taxi y desaparecen los dos, camino del servicio de urgencias más cercano.
En el chiringuito más cercano tomamos un refresco y nos despedimos hasta la próxima. Karen y Dieter saben que les llevo en el corazón, al igual que sé que ellos me llevan a mí, aunque nos separen kilómetros de playa, mar y vidas con horarios  muy distintos. Me ha alegrado mucho verlos. Vuelvo a mi parte de la playa caminando por la arena y pensando en todo lo  que he vivido hoy. En cuanto llego al chiringuito de Lisa pregunto si se sabe algo de Paul y le cuento a la dueña todo lo que ha pasado. Aún no hay noticias, hace mucho calor y el negocio está a tope. Too-lo, no ha vuelto.


Dedicado a todos los que a veces han hecho lo que debían en vez de lo que tenían que hacer. Muchas gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os ha gustado, compartirlo con la familia y los amigos. Gracias.

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