martes, 5 de agosto de 2014

La playa de Dulcinea 44 –Haciendo collares

La playa de Dulcinea
44 –Haciendo collares

El día es caluroso y pesado, el cielo no es azul, es blanco de humedad en suspensión. Hoy se ve la costa aunque no con la nitidez de otros días ya que una ligera bruma, que parece elevarse del mar, difumina los contornos y colores haciendo que pierdan intensidad. La playa está llena y la marea baja. Casi todos estamos a remojo o a la sombra tomando algo fresco; el trabajo en el chiringuito de Lisa es continuo, se ha formado una fila para comprar helados en la que niños inquietos se frotan con un pie el otro y revisan las monedas que llevan en las manos sudorosas.
Paul está sentado delante de su cueva, en la que ha dejado que coloquen varios cochecitos de bebés que duermen al amparo de la sombra; está junto a una niña que le enseña a hacer collares de cuentas y pulseras de nudos. He pasado varias veces ante ellos, mientras doy mi paseo habitual por la orilla, y les he visto tan sumergidos en su labor que ni han oído mi saludo; él aún tiene las muletas colocadas a su lado y lleva el pie protegido por una venda que   está sucia y purulenta en la  zona del corte. Tengo que preguntarle si se la limpia bien y ayudarle, si hace falta. Quizás lo haga cuando de la siguiente vuelta por la orilla. Si es que no sigue tan ensimismado en su labor.
Veo el palacio protegido por un barco militar, no sé bien si es una fragata, un navío o una corbeta, siempre me ha costado diferenciarlos. Un barco es un barco y este parece que protege la casa del nuevo Rey, que siempre, desde pequeño, ha veraneado en el mismo lugar.
Del puerto cercano, en el que está la escuela de vela, salen las embarcaciones en las que aprenden a navegar los futuros regatistas. Las velas, blancas, naranjas y rojas, dibujan sobre el mar reflejos y formas de gran belleza hasta que algunos se pierden entre la niebla que vuelve a levantarse. Los aviones siguen llegando y saliendo sin parar, dibujando en el cielo saetas brillantes que se alejan hacia otras costas.
Paul y su joven amiga siguen haciendo collares y pulseras. Ahora reconozco a la niña, es a la que le atropelló el autobús de línea a su perrito; le pregunto por el animal y me hace un gesto de silencio con la mano y luego señala hacia la pared de la cueva, en la que duerme, sobre una toalla, el animalito con una pata inmovilizada. Me enseñan los collares y les ayudo a ponerles los cierres metálicos en los extremos porque a Paul le sobran manos y a la pequeña le falta habilidad para anudar el hilo de pita en los enganches. Formamos un buen equipo. En poco tiempo hemos terminado media docena, hay uno que me gusta mucho, es todo de piedras verdes y en el centro lleva una concha que ha encontrado Paul en la playa, esta mañana, antes de que la rastrillaran. Les pido el precio y los dos se quedan boquiabiertos, mirándose uno al otro como si les hubiese preguntado algo dificilísimo. Paul pone un precio irrisorio y la niña, Ana, lo duplica. Adjudicado. Me lo quedo. Voy a por la cartera, les pago y pido que me hagan para el día siguiente una pulsera a juego y, si puede ser, unos pendientes. Se quedan hablando de que necesitan más material y acuerdan invertir lo ganado en comprar más. Ana le dice que por la tarde irá con su madre a hacer la compra al centro comercial en el que puede comprar todo lo necesario. Se me ocurre que quizás sea una buena idea para mejorar el futuro incierto de Paul y vuelvo junto a ellos para entregarle a Ana un billete, de los casi pequeños, para formar parte de su negocio. Ambos sonríen   felices mientras calculan todo lo que van a necesitar. Al oír el alboroto el perrito se acerca arrastrando la pata inmovilizada y nos lame las manos antes de que su dueña lo vuelva a dejar dentro de la cueva. Tiene miedo de que le llamen la atención o le pongan una multa, ella iba hacia las rocas cuando se encontró con Paul y empezaron su negocio.

Dedicado a todos los que han tenido en el peor momento de sus vidas, un rayo de esperanza que les ha hecho ilusionarse, de nuevo. Gracias por leerme. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si os gusta, compartirlo con la familia y los amigos.     


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