miércoles, 16 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 26 –Un suicida en el acantilado

La playa de Dulcinea
26 –Un suicida en el acantilado
El mar esta mañana parece un espejo, limpio y brillante. A lo lejos se ven entre  el mar y el cielo las montañas y los acantilados que dibujan este falso lago. Un gran mar en calma para un día de mucho calor, quiero disfrutarlo, aunque sea un poco, antes de ir a trabajar.
Da pena romper el mar con los pies para entrar en sus aguas, mi pie asusta a los pequeños peces que están en la orilla y salen rápidamente hacia aguas más profundas en las que hay peces de mayor tamaño, el agua es tan transparente, tan cristalina, que puedo ver perfectamente el color de la laca que llevo en las uñas de los pies. Todo está en calma, solo cuatro personas pasean por la playa mientras Lisa abre su negocio y pone en marcha la cafetera. Por las estrechas escaleras que dan al chiringuito baja una mujer con pamela de flores y vestido blanco, amplio; habla con la dueña del bar, parece muy alterada, gesticula, señala a lo lejos y da  a Lisa unos papeles que lee con suma atención. Señalan hacia mí y me hacen señas para que salga mientras ambas mujeres se abrazan en la orilla.
El pánico se apodera de mi cuerpo, estoy imaginando cosas que no tienen por qué ser ciertas, imagino que han encontrado el cuerpo de Nicolás y que por ese motivo María del Fin ha venido a buscarnos y a contarnos lo sucedido. No puedo imaginar otro motivo para que estén en la playa, haciéndome señales como locas, pidiendo  que salga del agua. La vida nos ha puesto en contacto de una extraña forma y me hace daño pensar en verla sufrir, aunque no la conozca de nada. Nos ha unido una botella que flotaba en el mar. Ahora toco fondo y empiezo a caminar atravesando el agua a grandes pasos para acercarme a la orilla. María del Fin me abraza llorando. Dios mío no quiero oírlo. Nos miran casi todos los bañistas, curiosos. María del Fin me mira fijamente a los ojos con sus preciosos ojos color de mar llenos de lágrimas; siento un nudo en el estómago y ganas de salir corriendo. El asombro me deja helada. María del Fin me cuenta que se ha suicidado la tarde anterior, en el mismo acantilado en el que desapareció Nicolás, un empresario desesperado por la crisis; esta mañana han ido los efectivos necesarios a la zona para recuperar el coche y el cuerpo del finado que se encontraba sobre las rocas, a pocos pasos del mar; un operario se ha descolgado por el acantilado para sujetar el vehículo siniestrado con un cable de acero para elevarlo y ha visto, junto a un árbol que sale de unas rocas, la entrada de una cueva y una pierna que parecía moverse, quizás por causa del viento. Se ha acercado a la cueva para ver qué era y ha encontrado a Nicolás, deshidratado, herido y desorientado. Pero vivo. ¡Vivo! Se nos saltan las lágrimas a las tres, estamos tan abrazadas que noto las patadas del pequeño que María del Fin lleva en su vientre como si fuera mío. Tenemos que sentarnos en el chiringuito, en una mesa a la sombra junto a la que canta con frenesí un canario. Tomamos agua y damos gracias al cielo por la gran noticia; empezamos a temer por la salud de María del Fin que respira agitada, Lisa le trae una tila y recuperamos la tranquilidad y la alegría de vivir. Sintiéndolo mucho me despido de ellas después de intercambiar números de teléfonos y direcciones. El trabajo me espera pero voy feliz, dándole gracias a ese Dios que ha conseguido que se realice un milagro.


Dedicado a todos los que creen en los milagros. Un saludo. Gracias por leerme. Amaya Puente de Muñozguren. Todos los derechos reservados. Si te gusta compártelo con tus amigos. 

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