lunes, 7 de julio de 2014

La playa de Dulcinea 16- Charlando con la policía

La playa de Dulcinea
16- Charlando con la policía
Sigo helada. No sé cómo he sido capaz de llamar a la policía. Ni me he planteado no hacerlo o pensar que es una broma. Creo que es, o puede ser, cierto, pero no quiero llamar al teléfono que viene en la nota. La policía se encargará si lo cree necesario. Estoy conmocionada.
En pocos minutos llegan dos coches patrulla. Los visitantes de la playa están alterados, se reúnen en grupos en la orilla, nos miran y hacen conjeturas, ya que nadie, hasta ahora, sabe qué es lo que ha pasado. Los adultos nos miran desde lejos sin disimulo,  mientras los niños se van acercando y observan a los agentes que toman notas y hacen fotos de los lugares que les voy marcando. Me arrepiento de no haber abierto la botella el día anterior aunque no pierdo la esperanza de que todo sea una broma de mal gusto. Desde el mirador nos observa un buen grupo de personas que imaginan cualquier cosa.
El inspector llama al número de teléfono anotado en la cuartilla y le contesta una mujer. Oigo su voz alterada. Siento que me voy a desmayar. El inspector habla con ella, le hace preguntas y toma notas. En unos minutos se van todos los agentes, alterando la tranquilidad de la calle con las sirenas de los coches patrulla.
Una vecina se acerca a preguntarme por lo que ha pasado mientras me tomo una tila en el chiringuito. La dueña me acaba de preguntar lo mismo y ambas me escuchan con el terror pintado en sus caras. No tardan en pasar la información a los curiosos que se acercan hasta la barra, en pocos minutos ha corrido la noticia como la pólvora.
En la playa grande se forma un revuelo cuando sacan de un camión, que se ha acercado hasta la orilla, a un precioso caballo de crines doradas. Nunca he visto un animal tan bello, la gente corre para verlo de cerca mientras los operarios  acotan un trozo de playa en el que van a grabar un anuncio con él y con una joven de larga melena que lo monta con maestría.   
Parece que todos han olvidado lo sucedido menos yo, que miro hacia los acantilados del otro lado de la bahía y pido al cielo que no se haya tirado al mar la pareja de María del Fin.


P.D Dedicado a mi amigo Juan “Puput” que me da ideas e imágenes para mis relatos de verano. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo. Amaya Puente de Muñozguren

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