miércoles, 8 de agosto de 2012

EL CUADRO DE MILETO


   





El cuadro de Mileto

Corría el siglo V antes de Cristo, en los comienzos de la Grecia Clásica, cuando Mileto encabezaba a los sublevados de muchas ciudades Jónicas contra el dominio del Imperio Persa. Todos los pueblos sufrían escasez de alimentos, revueltas y conflictos internos que hacían que la sensación de inestabilidad y caos acentuara el hambre de la población poniéndole la guinda del miedo. No quedaba más remedio que luchar para restaurar un orden y un bienestar hacia tiempo perdido.

Mileto se había convertido de la noche a la mañana es un personaje temido, seguido y respetado por el pueblo, en él veían la solución de todos sus problemas. Tal era la adoración que profesaban a su arrojo en las batallas y su valor que el pueblo en pleno decidió hacerle el regalo y el gran honor de regalarle un  cuadro pintado por el pintor más famoso del lugar y alrededores, Agesilao, convencieron al endiosado artista después de muchas horas de discusiones hasta que llegaron a un acuerdo: Agesilao, el artista pintor viajaría junto a su mujer Atanasia y su sirvienta Apolonia en la retaguardia y aprovecharía los descansos entre contienda y contienda para ir tomando apuntes de los tonos de piel de Mileto y haría varios bocetos hasta encontrar el que más se ajustara a la personalidad y bravura de tan adorado héroe.

Así se  hizo y durante meses siguieron a Mileto de contienda en contienda hasta que ya solo quedaba preparar los pigmentos para la realización de la obra, su ejecución fue mucho más sencilla y rápida que todos los pasos anteriores sorprendiendo a propios y extraños cuando en un par de semanas presentaron en sociedad la tan deseada obra.

Entre dos columnas Jónicas, tapado con una tela de fina seda de tierras lejanas se encontraba la obra momentos antes de ser descubierta con gestos teatrales por el propio artista. Agesilao se tomaba su tiempo antes de quitar el velo que la cubría llenando de alabanzas al famoso guerrero victorioso de tantas batallas que permanecía estoicamente sentado bajo aquél sol de justicia y aquellas palabras en exceso pesadas y pegajosas. Por fin, a una orden de Agesilao, Apolonia y Atanasia, ataviadas con sus mejores galas, aunque dejando bien claro que la primera era la sirvienta y la segunda la mujer del artista, a pesar de que en algunos momentos se cambiaran los papeles sin que la legítima lo supiera, descubrieron lenta y ceremoniosamente la obra provocando un silencio tan sonoro que hizo que se volvieran inmediatamente para ver porqué todos los presentes tenían las manos tapando sus bocas escondiendo un grito de espanto.

¡El cuadro estaba torcido!, era un fiel reflejo de la fortaleza, bravura y belleza del gran guerrero que representaba, Mileto, pero estaba torcido!, eso era el más negro de los presagios. Auguraba una muerte cercana y terrible. Todas las personas allí congregadas fueron ausentándose en silencio, presas de terribles miedos. Ojos desencajados y mandíbulas que dibujaban muecas de dolor se sucedían ante el bello retrato que colgaba ladeado.

Agesilao enseguida se dio cuenta de lo que había pasado, Atanasia, su mujer, en un intento desesperado de ser más que su criada Apolonia, a la que ya veía como una auténtica rival con la que no podía competir ni en edad ni en belleza, quiso hacerse cargo del enmarcado de la obra sin tener en cuenta que debía tomar bien la medida para que quedara centrado, ella de eso no entendía y, como era de esperar, lo hizo mal, consiguiendo que el cuadro quedara ladeado sin remedio.

El pueblo, inculto y supersticioso solo vio en aquél hecho la muerte próxima de su caudillo temiendo por el futuro seriamente si él no estaba a su lado.

Agesilao vio en aquél error la fortuna de su futuro y ya que había cobrado una gran suma de dinero por la obra y su mujer, llena de celos y malos modos con el empezaba a ser una lata, pensó en la manera de solucionarlo todo a su favor. Se reunió con Apolonia, la sirvienta, con la excusa de tener que limpiar todos utensilios y los pigmentos utilizados  que ya no iban a necesitar y, en un momento de intimidad le contó a su amante lo que se le había ocurrido.

Lo único que ella tenía que hacer era poner en la cena de la mujer uno de los pigmentos, el más venenoso, muy bien disimulado entre las especias que sazonaran los manjares regados por abundante licor de Baco, luego tendría que volver a calibrar el cuadro para colgarlo bien nivelado y así matarían dos pájaros de un tiro. Apolonia no cabía en si de gozo, en breve ella seria la señora de la casa, cumpliéndose así el sueño de su vida.

A la mañana siguiente un murmullo recorrió la ciudad entera congregando a todas las personas que en ella residían en la plaza. Entre las dos columnas Jónicas estaba el cuadro de Mileto bien equilibrado y majestuoso frente al mundo, a sus pies yacía Atanasia con la lengua hinchada y azul sobresaliéndole de la boca en un gesto doloroso y burlón acompañado de unos ojos desorbitados que ya solo miraban al vacío de su propia muerte. Mileto llegó a la plaza abriéndose paso entre el silencio expectante de la muchedumbre, al ver la escena, comprendiéndola al momento, no pudo más que sonreír y, haciendo un gesto al artista, le dio a entender que tendría que hacerle varias obras más en pago a el ingenio que les había salvado la vida a ambos. 


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