viernes, 17 de marzo de 2017



Un niño con móvil

Perdona que te escriba, Luis. Tu hijo, nuestro hijo, se fué ayer a la capital para comenzar sus estudios universitarios. Sé que has quedado con él para el fin de semana que viene, por eso te mando la foto de lo que he encontrado al abrir el cajón de su mesilla, Sí, ya ves, es tu padre el día que un coche se saltó un stop y arrolló su motocicleta, nuestro hijo debió hacer esa foto con el móvil cuando fué al depósito a reconocer el cadaver del abuelo, llegó antes que nosotros y le vió, pero nunca nos lo dijo. Por suerte a tu padre el casco le salvó de tener el rostro desfigurado, no así el resto de su cuerpo. No sé por qué motivo nuestro hijo pegó esta foto sobre una goma verde,tampoco sé por qué en la goma roja hay pegada una foto de tu novia y tú en el parque junto a la bici de Luisito. No la he querido dar la vuelta pero si la quieres te la mando. ¡Ah!, el ladrillo mellado es el que me tiraste a la cabeza la vez que discutimos porque te pedí el divorcio cuando el niño me dijo que te besabas con una chica en el parque y tú juraste que era mentira...Ya ves, el móvil que le regalaste a nuestro hijo me ha contado la verdad.
Autora de la fotografía: Lorena-cosba

domingo, 11 de enero de 2015

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 23- Una visita urgente al taller

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
23 Una visita urgente al taller
Durante el trayecto desde el centro comercial hasta casa no hemos dicho ni una palabra; Marutxi sigue mirando por la ventana y hace como que llora, a veces –muy bajito- , dice: “mala, más que mala”,  se sorbe los mocos y se tira un par de ventosidades.
En la puerta nos espera mi madre, que acaba de terminar el turno en el hospital y viene cargada con una maleta y varias bandejas con comida. Menos mal.
-Hola madre, hola hija –nos saluda sonriente y cariñosa- ¡Menuda cara de enfadadas que traéis!
-Es por culpa de tu madre –digo.
-Es por culpa de tu hija –dice Marutxi.
-Mamá, hueles muy mal, ¿no te habrás hecho caca?
-Sí, pero la culpa la tiene esa hija mala y descastada que tienes.
- Ven conmigo que te voy a lavar y a cambiar.
-Sí, cámbiala por una abuela buena y normalita, mientras yo llevo la compra a casa y voy al taller. Luego te lo explico.
Marutxi, me saca la lengua y yo estoy a punto de hacer lo mismo, pero me contengo.
Es un relax ir sola en el coche, por muy mal que huela, abro las ventanillas, pongo música y canto a todo pulmón hasta que llego al taller que hay pegado a la gasolinera - parece que están a punto de cerrar-  tengo que usar todas mis armas de nieta preocupada para que acepten limitar la velocidad del carrito de mi abuela. En menos de media hora está lista, eso sí, se lo cobran bien. Los dos hermanos alemanes, dueños del taller, me desean felices fiestas y dicen adiós con la mano mientras cierran el negocio. En el aparcamiento que hay junto a la gasolinera pruebo la silla de ruedas y disfruto de dar vueltas entre las plazas vacías y los árboles que ya casi no tienen hojas. No me extraña que a Marutxi le guste dar gas, es divertido y cómodo, pero, aunque lo sea, no le perdono lo mal que se ha portado hoy.
Desde la calle oigo las voces, madre e hija están discutiendo por la ropa que hay que lavar, mi madre todo lo ve sucio y mi abuela todo lo ve limpio “aunque un poco sobado”
-Y cagado, madre, que se te ha escapado todo por los lados. Digas lo que digas voy a lavarte toda esta ropa. Tienes ropa de sobra para ponerte.
-Eres tan mala como tu hija, me maltratáis. No me dejáis ponerme lo que yo quiero, ni me acompañáis al retrete ni me dais de comer y tengo que tomarme esto a la fuerza –dice, enseñando una tableta de chocolate de fundir  a la que le falta la mitad-.
-¿No me digas que mi hija te ha dado eso para comer?
-Sí. Me ha obligado a comerlo y eso que está muy duro…y no me gusta.
En la terraza –mientras Marutxi ve su programa de cotilleos favorito- pongo al día a mi madre de todo lo que ha pasado en el centro comercial y ella me pregunta por el chocolate que estaba comiendo su madre.
-¿Yo?, ¿Cómo le voy a dar chocolate para comer si sé que tiene el azúcar por las nubes? Ese chocolate era para hacerlo esta noche a la taza y tomarlo con unas ensaimadas. Esta mujer va a acabar conmigo, mamá. No puedo con ella, siempre se sale con la suya. He tenido que llevar la silla al taller para que se la limiten porque si no va a hacer daño a alguien un día de estos.
-No le digas nada, vamos a ver si se da cuenta. Ya sabes que el chocolate y todo lo que lleve azúcar, es muy peligroso para ella.
-Lo sé, mamá, lo sé.
Aprovechando que Marutxi se ha quedado dormida en el sofá, preparamos la mesa para la cena de Nochebuena, la dejamos haciéndose en el horno y colocamos los aperitivos en bandejas dentro de la nevera. Luego hacemos una comida suave, de las que no le gustan a mi abuela y comemos las tres en la mesa de la cocina, un poco justas y aguantando las quejas de Marutxi porque no puede ver las noticias de la tele, hasta que mi madre eleva el volumen de la televisión lo suficiente como para que lo pueda oír su madre (y todos los vecinos), sin tener que levantarse de la mesa.


P.D. Dedicado a todos los que han tenido que cambiar su forma de vivir por tener que amoldarse a convivir con una persona mayor que necesita cuidados. Todos los derechos reservados. Gracias por leerme. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren   

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 22- Compras de Navidad

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
22- Compras de Navidad

-Marutxi, tengo que ir a hacer unas compras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad.
-Yo te acompaño.
-Estás estornudando, mejor si te quedas en casa; no quiero que te resfríes…
-Estoy bien, no me quiero quedar sola con estas fieras peludas.
-Pobrecitas, solo te cuidan. Si quieres venir conmigo tendrás que llevar paquete porque no quiero más humedades en el coche de mi madre, si no, no vienes.
-Vale, pónmelo. ¡Ah! No quiero llevar el andador, quiero mi silla de ruedas nueva, la que anda sola.
-Sí, abuela, sí. Solo tienes una silla de ruedas. Mientras te pones la bufanda voy a meterla en el coche.
Llegamos al centro comercial a una hora mala, como lo son todas en estos días anteriores a las fiestas. Todo está lleno. Marutxi no tiene inconveniente en ir atropellando a la gente con su silla –sonríe y pide perdón, con cara de no haber roto un plato en su vida-; tengo que frenarla y llamarle la atención para que no haga daño a nadie. Elegimos el pescado que ella quiere y la carne que a ella le apetece, porque si no, no lo comerá –ha dicho tan alto que todos los que esperan su turno nos miran sin disimulo-. En la zona de los turrones tenemos una discusión ya que ella quiere los turrones que ha comido toda la vida y yo le digo que con el azúcar tan alto no los puede tomar; le ofrezco turrones y polvorones sin azúcar y dice que me los coma yo mientras sale disparada con su silla por uno de los pasillos centrales, atropellando a la gente y gritando que la quieren matar de hambre. Algunas personas se acercan a ella y la calman mientras yo llego, sofocada y a la carrera, empujando el carro. Me miran con cara de pocos amigos, como diciendo: “Ya te vale con la flacucha esta que quiere matar de hambre a esta pobre e indefensa ancianita”.
-Vamos abuela. Toma el turrón que quieres y vámonos ya.
-De eso nada, falta el chocolate y las ensaimadas para la medianoche, una Nochebuena sin chocolate es como un mar sin agua.
-¡Abuela!..
-¡Con azúcar! Me llamo Marutxi, si me vuelves a llamar abuela acelero y no me ves el pelo en todo el día.
-Te llamo así cuando me enfadas…Marutxi.
Con dos tabletas de chocolate Valor sobre la falda y una gran sonrisa, Marutxi se dirige hacia la caja tocando el claxon y atropellando a todo el que no se aparta a tiempo. No hace caso cuando le pido que vaya más despacio y se cuela en una caja diciendo que se encuentra muy mal y que necesita su medicación urgentemente, esa medicación que su “cuidadora” se ha olvidado en casa. No sé en dónde esconderme. Me dejan pasar con el carro lleno, pago y salimos  del centro comercial, yo a la carrera detrás de la silla de ruedas de Marutxi y ella acelerando a fondo y riendo a carcajadas, abrazada a las tabletas de chocolate para fundir. Dejo el carro en mitad del pasillo y salgo al galope detrás de ella hasta que consigo darle alcance; no puedo ni respirar…
-¡Abuela!¡Para, ahora mismo!, o llamo a la policía.
-¿Qué pasa, hija?, ¿dónde has dejado el carro con la compra?
-¡Hoy no va a haber fiesta, ni carro ni comiditas ricas!, te vas a quedar en tu habitación castigada, por mala.
 Estoy tan agitada que pienso que me va a dar un infarto.
Desconecto la batería de la silla de ruedas y vuelvo sobre mis pasos para recoger el carro con la compra mientras ella empieza a gritar y a llorar. La gente la mira pero yo no le hago ni caso; tengo el corazón enloquecido y me falta el aire para respirar. Por suerte el coche está cerca, empujo los dos carros a la vez y en pocos minutos lo tengo todo colocado, incluida a mi abuela que hace pucheros y mira por la ventanilla mientras me dice lo mala que soy y lo mal que la trato. Quiere volver a su casa porque yo soy muy mala, tanto, tanto, que los Reyes Magos sólo me pueden traer carbón del de quemar.
Conduzco en silencio mientras intento controlar que no me salten las lágrimas. ¿De verdad soy tan mala?

P.D. Dedicado a todos los que han llegado, alguna vez, al límite y han podido soportarlo. Gracias por leerme. Obra registrada, todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren




Medio otoño y un invierno con Dulcinea 21- Montando el árbol y el Belén

21- Medio otoño y un invierno con Dulcinea
Montando el árbol y el Belén
Despierto con ganas de ir al baño, es medianoche y hace frio porque he dejado la ventana de la cocina abierta para que se secara el suelo, mis mascotas duermen sobre mí y les molesta que me levante. Enciendo la chimenea y llevo, dormida, a Marutxi, hasta el inodoro; tengo que insistir en que haga pipí, (hasta llego a amenazarla con no acompañarla a la cama hasta que no lo haga y con ponerle un paquete), nada más oír esa palabra se le suelta el esfínter, se levanta, adormilada, y la llevo a la habitación, a pasitos cortos, dejando que apoye su cabeza dorada en mí hombro. La oigo roncar en el momento en el que conecto la manta eléctrica sobre el edredón de su cama –no me fio de la electricidad en contacto con los escapes líquidos incontrolados de mi abuela-.
Mientras enciendo la chimenea dejo que la perrita, seguida por la gata, salga al pequeño jardín para que hagan sus necesidades en la bandeja de plástico con arena que tienen bajo el ficus benjamín.
Abro el sofá cama y saco una manta del armario. Ha bajado tanto la temperatura que dentro de la casa me sale vapor de la boca al respirar. Cuando vuelven mis peluditas ya hay una buena hoguera en la chimenea, entorno la puerta del cuarto de Marutxi para que entre el calor, cierro la puerta de la calle y nos volvemos a acostar las tres juntas, dándonos calor y así nos dormimos.
Es el primer día que vemos amanecer las cuatro juntas en la terraza, tomando un desayuno a medida de cada una: Marutxi sin azúcar, yo con azúcar moreno, la perrita atragantándose con lo que le damos y la gatita lamiendo con calma un trozo de jamón de york que disfruta de comer a bocaditos. Cuatro hembras viendo el sol levantarse entre el mar y las montañas que dan al acantilado lejano, difuminado entre la bruma; al final de todas las playas que forman el arco de la bahía.
-Marutxi, te vas a enfriar. Ya ha empezado el invierno y la temperatura es muy baja.
- Esta bata es muy caliente y llevo calcetines gruesos.
-Sí, lo sé, te los puse yo. Vamos a entrar, el aire es frío.
Marutxi –en su afán de llevarle la contraria a todo el mundo- se apalanca en el sofá de la terraza y cierra los ojos al sol mientras la gatita se tumba en su regazo y ella, como sin querer, le acaricia la cabeza. A los pocos minutos mi abuela empieza con una serie de estornudos que parece que no van a terminar nunca.
-Hija, hace semanas que ha comenzado el Adviento (de hecho está a punto de terminar) y aún no hemos adornado la casa para recibir al niño Dios.
-Tienes razón, Marutxi, si entras en casa y dejas que te vista, te prometo que saco el Belén y el árbol y lo montamos entre las dos.
 Con el andador se mueve con soltura por toda la casa, va al aseo y deja que la vista sin poner resistencia. Hoy toca falda de tablas gris y camiseta y jersey grueso de lana en tono crudo. Su pelo es como hilos de seda que moldeo a mi gusto con el cepillo.
 Me espera sentada en el sofá mientras voy al trastero y traigo las dos cajas con los adornos de Navidad. Pongo el árbol delante de ella y lo voy montando, solo son tres piezas y la base; en pocos minutos Marutxi lo tiene delante, se queja de que no sea natural y me habla del olor de los abetos de su tierra y de la fiesta que hacían cuando iba toda la familia al bosque, del caserío familiar, a buscar uno para adornar la casa. Sus palabras me traen el olor a musgo, a tierra mojada y a abeto recién cortado. El plástico no huele a nada, pero es verde y bonito. Le dejo la caja con las bolas de colores a su lado, en el sofá, y comienzo con las labores de la casa mientras ella adorna el árbol y canta villancicos de cuando era pequeña, algunos en un idioma extraño y otros que me traen recuerdos de mi infancia.
Cuando vuelvo a su lado están las tres ramas de la parte baja del árbol llenas de bolas doradas y rojas mientras las ramas superiores siguen sin adornos.
-Marutxi, ahora te toca montar el Belén sobre esta mesa de camping, espera que pongo el mantel de arpillera y ya puedes ir colocando las figuritas que están en esta caja. Luego terminaré de adornar la parte de arriba del árbol.
Mientras barro y friego la casa la oigo cantar villancicos, el sol entra en el salón y forma sobre su cuerpo un halo dorado, casi mágico, mientras su voz canta, uno tras otro, todos los villancicos de su infancia, adornados, a veces, con estornudos inoportunos que despiertan a la gata que duerme sobre la mesa del salón, frente a la chimenea encendida.

P.D. Dedicado a todos los que han apreciado los villancicos y los adornos navideños a pesar de no gustarles mucho esas fiestas. Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario y feliz 2015. Amaya Puente de Muñozguren.


Medio otoño y un invierno con Dulcinea 20- Una despedida y una discusión

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
20 –Una despedida y una discusión
Nos cuesta despedirnos, Marutxi y Vicente no paran de hablar y Tito me dice lo bien que se lo ha pasado en nuestra compañía y las ganas que tiene de repetir la experiencia. Por fin cierro la puerta del apartamento, después de decirles adiós con la mano y empujar a Marutxi hacia dentro por mucho que se empeñe en empujarme con el andador. Me ha dejado las piernas y los tobillos machacados.
Me apoyo en la puerta de mi apartamento y miro hacia el interior justo en el momento en el que Marutxi se agacha un poco y mea sobre las baldosas, remangándose la falda de tablas. Lo mira y ríe como una niña pequeña.
-¡Abuela! ¿Qué haces?
-No puedo más hija, mira, mira como corre.
Mis dos mascotas se acercan a oler, la gatita toca el pipí con las patas mientras la perrita patina sobre el dejando un reguero en todo el pasillo que llega hasta el salón. Las meto en la cocina y cierro la puerta y voy a toda velocidad hacia la habitación en la que está mi abuela a punto de tirarse sobre la cama.
-¡No!, has sido una chica mala y ahora mismo nos vamos a la ducha.
-No quiero ir a la ducha, tengo sueño.
-Te has meado en casa y eso no te lo perdono, abuela, estabas a dos metros del aseo.
-Soy una pobre vieja enferma…
-sí, para lo que quieres; si vuelves a hacer esto no vas a ver más a Vicente. Se lo voy a contar –le digo mientras la empujo del brazo hasta el baño y le doy una ducha sin contemplaciones, hasta que veo que está llorando y haciendo pucheros como una niña pequeña.
-Se me ha escapado…
-Lo siento, abuelita, me pone muy nerviosa que hagas estas cosas. Anda, toma la toalla y siéntate en el taburete, que tengo que secarte bien los pies.
Cuando consigo vestirla y acostarla me encuentro tan cansada que no puedo ni pensar en sacar a la perrita de paseo a pesar de que es el mejor momento, ya que, Marutxi, ronca en mi habitación.
 Lavo y seco las patitas de mis mascotas y friego el pasillo y el salón, luego me tumbo en el sofá y repaso todos los mensajes de Santi, no tengo ganas de discutir con mi amigovio y si le llamo vamos a terminar haciéndolo porque no me gustan nada los mensajes que me está mandando.. Pongo el teléfono en silencio, enciendo la tele y me duermo en el sofá con la perrita y la gatita sobre la manta que me cubre. Ya ha anochecido. Mi último pensamiento antes de caer en un sueño profundo es que no sé si aguantaré mucho cuidando a mi abuela sin que me dé un ataque de nervios.


P.D. Dedicado a todos los que se han visto al borde de un ataque de nervios por culpa de la actuación de un familiar. Gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren.


lunes, 15 de diciembre de 2014

Medio otoño y un invierno con Dulcinea 19 –Paseando con Tito

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
19 –Paseando con Tito
Nos despedimos junto al coche en el que ya está sentada Marutxi, Vicente guarda el andador en el maletero mientras los demás repartimos besos y abrazos. Nacho y María del Fin nos invitan a cenar en su casa para celebrar todo lo bueno y lo malo que ha sucedido hasta la fecha, quedamos en que nos avisaran y mi abuela se auto invita, incluyendo en el lote a Vicente. Ellos se alejan caminando por el paseo hacia la panadería y la farmacia y nosotros volvemos hacia mi apartamento. Me da pena que se termine la tarde. En el coche huele raro; nos miramos unos a otros, menos Marutxi que mira fijamente por la ventanilla.
En la puerta de casa nos despedimos pero Marutxi les invita a un último café, “porque esta nieta mía no tiene nada decente para beber más que café”.
-Abuela, yo tengo que sacar a la perrita de paseo y ya es tarde, además tú tienes que ir al baño.
-Si ellos se quedan iré al baño, si no, no.
-Yo te espero en la terraza viendo el paisaje –dice Vicente.
-Yo te acompaño a pasear a la perrita cuando termines de asear a Marutxi –dice Tito.
No me queda más remedio que aceptar, pongo la cafetera, dejo encargado de su cuidado a Tito mientras le digo en dónde guardo las tazas y el azúcar.
Marutxi está mojada hasta las orejas, en el paquete no le cabe nada más. Hay de todo. Me tengo que controlar para no decirle que por qué no me avisa cuando tiene ganas de hacer algo y así poderla llevar al baño. No quiere ducharse pero le amenazo con echar a Vicente y a Tito si no lo hace y entra en la bañera como si fuera al patíbulo, la siento en el taburete de plástico, saco el andador y pongo un palmo de agua caliente para que no se le enfríen los pies, luego la enjabono, recojo el paquete, lo cierro bien y salgo para dejarlo en el cubo de la basura que hay en la cocina. No he llegado a la puerta cuando la oigo gritar.
-¡Me abandonan!, ¡Me dejan solita!, ¡Socorro!, ¡Auxilio!
Los dos hombres, alarmados, entran en el salón.
-No pasa nada, solo he ido a tirar una cosa a la basura. No le gusta estar sola.
-El café casi está –dice Tito- Lo he hecho descafeinado.
-Perfecto, enseguida salimos.
Entro en la habitación, cojo ropa limpia y entro en el baño en el momento en el que Marutxi intenta salir sola de la bañera y cae sobre mí.
No sé de dónde saco las fuerzas para sujetarla y volverla a sentar en el taburete. Le riño mientras le aclaro el cuerpo y ella se pone a llorar.
-Abuela, por Dios, te podías haber hecho mucho daño. Solo iba a por ropa limpia y a tirar el paquete a la basura. Yo te quiero y te quiero cuidar todo lo que haga falta pero tienes que tener un poco de paciencia.
-Tú lo que quieres es hablar con “mi” Vicente.  
- No digas tonterías, anda, levanta el brazo, ahora el otro. Ven, agárrate al andador, levanta una pierna, así, ahora la otra. Siéntate en el wáter y haz pis si tienes mientras te seco los pies. Te voy a poner otro paquete.
-No. Ya meo, ¿ves?
-Ale, vestida, arreglada y perfumada. ¿En dónde están los pastelitos que has traído? No están en los bolsillos.
-Eran míos y me los he comido.
-Abuela, no puedes tomar tanto azúcar.
-Seguro que te los querías comer tú.
-Si te vuelves a hacer pis te pongo el paquete delante de Vicente. ¿Me oyes?
Enciendo la chimenea y, tras tomar el café, dejamos a Vicente y Marutxi sentados frente al fuego, charlando como dos adolescentes de las canciones que más les gustaban cuando eran niños. Al cerrar la puerta les oímos cantar a coro.
La perrita está feliz de salir a pasear sin correa, nos hemos metido por el bosque que hay junto al paseo y el animalito salta y ladra a nuestro alrededor. Tito me habla de cuando vivía con sus padres, de la enfermedad de su madre y del mal carácter que se le puso a su padre cuando se quedó viudo. Me dice que es el pequeño de seis hermanos y que se lleva casi treinta años con el mayor. Son una gran familia que están dispersos por el mundo: Uno en Helsinki, otro en Méjico, una en Madrid, otra en Valencia, otro en Cádiz, otro cerca de la casa familiar, en el norte, y él, aquí, controlando los negocios que comenzó su padre hace años como un entretenimiento de verano y que son los que mejor funcionan. Empieza a anochecer y Tito me da la mano y ata a la perrita con la correa. Volvemos al apartamento charlando como si nos conociéramos de toda la vida. Mi móvil sigue vibrando de vez en cuando pero no le hago ni caso.
Al llegar a casa encontramos a Marutxi y a Vicente dormidos frente a la chimenea, sentados en el sofá, con las manos enlazadas y las cabezas apoyadas uno en el otro. Les miramos con dulzura y la perrita se encarga de despertarles con sus ladridos.

P.D. Dedicado a todos los que creen en el amor a primera vista. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren.


Medio otoño y un invierno con Dulcinea 18- Un café con María del fin y su marido

Medio otoño y un invierno con Dulcinea
18- Un café con María del fin y su marido
Hemos terminado de comer, el aire frío se ha instalado en la terraza y no lo alejan ni las mantas ni las dos estufas de terraza que han puesto sobre nuestras cabezas. Nacho nos ofrece un café y una copa en el interior, en la cafetería que tiene un impresionante mirador sobre la playa y los acantilados lejanos. En vez del mar parece un gran lago. Es un día para no olvidar. La conversación con Tito es fluida y agradable, nada que ver con el soso de mi amigovio al que hay que sacarle las palabras a la fuerza. Marutxi y Vicente ríen y se cuentan historias de otros tiempos, que son de las que más se acuerdan, luego hablan de los artistas de cine y las películas que veían cuando eran jóvenes y más tarde pasan a hablar de sus respectivos difuntos. Unos santos, tanto ella como él; pero la vida sigue y ambos quieren disfrutarla. Tito y yo charlamos de lo difícil que tenemos en este mundo que nos ha tocado vivir, el encontrar trabajo, pareja y tener un futuro que no dure dos días. Tito acaba de romper con su novia de toda la vida, con la que llevaba saliendo  quince años y aún le puede la pena.
-No estaba preparado para casarme y a ella le corría prisa porque deseaba formar una familia. Yo no.
Le hablo de Santi, de lo que le aprecio y de las pocas ganas que tengo de ir a más con él, aunque  Santi lo esté deseando.
-Cuando no es la persona adecuada lo notas, hay algo dentro de ti que te lo dice; aunque duela, -dice Tito.
-Tienes razón, eso mismo me pasa a mí. Santi se empeña en que me vaya a vivir con él y que alquile mi apartamento para que se pague sola la hipoteca y no tenga que aceptar cualquier trabajo. Pero no me apetece.
Alguien me saluda. Es Lisa y María del Fin que vienen con el cochecito de las gemelas, “venimos a tomar café con el padre de las criaturas” dice María del Fin a la vez que nos fundimos en un abrazo. Tito y Vicente se han levantado y saludan a las dos recién llegadas, Lisa y María del Fin reparten besos y se entretienen en hacer cumplidos a Marutxi que las observa encantada, luego las manda sentar “al lado de los jóvenes” porque ella tiene una conversación muy importante que continuar.
Nacho nos agasaja con un preparado especial que sabe a gloria pero del que no somos capaces de adivinar más de tres componentes.
Las pequeñas duermen en el carrito hasta que Marutxi las despierta, cuando lo consigue les hace cuatro carantoñas, pide que se las pongamos en brazos y nos las devuelve a los pocos minutos con la excusa de que huelen mal.
Acompaño a María del Fin al aseo y entre las dos les cambiamos los paquetes; pienso que a Marutxi también le debe hacer falta pero cualquiera la separa de Vicente. Las  pequeñas son iguales, no puedo distinguir a una de la otra hasta que su madre me dice cómo hacerlo. Así y todo no lo veo muy claro. Han crecido mucho, tienen unos cuantos dientes y dicen papá, mamá.
María del fin me comenta que le han ofrecido un trabajo dos tardes a la semana para llevar a un vecino a rehabilitación, dos horas, pero no sabe qué hacer con las niñas, Lisa se ha ofrecido a cuidarle a una, y, ahora que termina la temporada, les va a hacer falta todo el dinero que puedan conseguir. Los niños salen muy caros.
-Si me la traes a casa yo te cuido a la otra; no puedo hacerlo con las dos porque con Marutxi va a ser demasiado. María del Fin sonríe agradecida y quedamos que nos avisará cuando sepa los días y las horas.
-Yo, generalmente, no trabajo por las tardes y me encantaría poderte acompañar para ayudarte en lo que haga falta –dice Tito.
Lisa, Vicente y Marutxi hablan amigablemente a pesar de las indirectas de Marutxi para que Lisa “vaya a controlar a los chicos”. Lisa, nos mira, sonríe y dice que estamos todos muy bien como estamos. Cuando Nacho termina su jornada viene hacia nosotros vestido de calle y con una bandeja de pasteles diminutos que son una delicia. A Marutxi hay que quitarle la bandeja de delante porque es capaz de comérselos todos. Veo como coge dos, los envuelve en una servilleta y se los guarda en el bolsillo de la chaqueta diciendo: “Se los llevo a mi hija”. Todos la creen, menos yo.
Nacho nos relata su intento de suicidio, el verano pasado, allí enfrente, en los acantilados y como, de forma milagrosa, quedó atrapado y mal herido entre las ramas de un seto que estaba junto a una pequeña cueva a la que pudo llegar arrastrándose y con un gran esfuerzo. Varios días después, cuando fueron a sacar el coche del fondo del mar, uno de los operarios se dio cuenta de que la puerta estaba abierta y de que había un bulto de roca en una pequeña oquedad de la pared, le pareció ver que se movía y fue a ver que era, descubrió a Nacho, más muerto que vivo, y lo pudieron rescatar con la misma grúa y llevarlo al hospital en el que estuvo, luchando entre la vida y la muerte, unas cuantas semanas. Recuerda siempre a su lado, en la UCI, a su mujer y ese embarazo que iba aumentando por momentos a la vez que él se recuperaba.
-Recuerdo que María del Fin me ponía mi mano sobre su vientre y yo notaba como las niñas se movían, eso me hacía tener ganas de despertarme aunque hacia esfuerzos por abrir los ojos y no podía, tampoco podía mover la mano sobre su vientre, hasta que un día pude y luego todo fue más fácil. La oía hablarme todo el tiempo, me decía cómo se iban a llamar las niñas, cuanto pesaban y cuando me ponía crema en los brazos y el cuerpo notaba su vientre sobre mi piel y la voz de las niñas que me decían que me tenía que despertar del todo.



P.D. Dedicado a todos los que en algún momento han creído en los milagros. Muchas gracias por leerme. Todos los derechos reservados. Un saludo literario. Amaya Puente de Muñozguren